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lunes, 15 de noviembre de 2010

Provocar desazón.

Airear un juicio es el mayor signo de pedantería. La crítica desmedida, la detracción preponderante es fruto de la simpleza más absoluta.
Un disparo a ciegas, una reflexión desflemada, candente, provocativa, se lleva un Pritzker. Pero la grandeza no es más que vesania y soberbia. Creer meritorio el mandoble de mediocridad revenida.
El patético que lo expide, adalid demagogo de los volúmenes necesitados de basura que devorar.
El más simple de los simples, el más primitivo de los primitivos, soberbio de los soberbios será salmodiado, pero lo que su boca no dirá será la putrefacta materia de la que sus disenterías verbales se componen; lo ya dicho; mediocridad y soberbia.
La provocación, semen de las artes, es una más de las hierbas de los pueblos. Y lo único que hace fumable una zafia prédica.
Podría parecer un poco deshilachada mi reflexión, pero no es así, hay demagogos que son simplemente personajillos, que conscientes de su refinamiento biológico, honran a la antropología básica, con carencias biológicas enaltecidas.
El hombre por naturaleza vanida en el espejo de su inferioridad. Padecemos anorexia nerviosa intelectual.
Siempre ignorante, siempre ignorado pero siempre vanidoso.
Yo no ganaré el Pritzker.

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